Algunas zonas de nuestra ciudad tienen un toque excéntrico o pintoresco y se convierte en su referente. El "Castillo Melgar", en el antiguo balneario de Punta Negra (fundado en 1954), a la altura del kilómetro 49 de la Carretera Panamericana Sur, es el protagonista exótico de los veraneantes, pues fue construido y decorado con piezas de diferentes casas y casonas de distintas épocas y presenta un solo cuerpo, ya legendario, convertido en mito viviente.
Su dueño es el histórico dirigente aprista Carlos Enrique Melgar, además de abogado penalista, que defendió a los personajes más pintorescos de la Lima de la segunda mitad del siglo XX, como el ladrón Luis D’Unian Dulanto, más conocido como "Tatán"; a la alemana Ingrid Schwend, protagonista de uno de los crímenes más sonados de los años sesenta, el asesinato del Conde Sartorius; y al psiquiatra Segisfredo Luza, quien asesinó al amante de su ex pareja y luego se convirtió en uno de los más connotados operadores de campañas psicosociales.
Melgar fue un disciplinado coleccionista de antigüedades. Comparaba todo lo que le ofrecían, especialmente cuando se demolía alguna vieja casona del centro de lima, colonial o republicana. De esta manera, no solo fue recolectando muebles u objetos decorativos sino también puertas, rejas, ventanas, balcones, piletas, escaleras y cuanto “retazo” de construcción se trataba. Esa fue la “materia prima” del “Castillo Melgar”. Dentro de la construcción hay carretas, huacos, una nutrida biblioteca, tres bustos de Víctor Raúl Haya de la Torre y, dicen, el que fuera el primer escritorio del líder y fundador del APRA. Algunos sugieren que podría convertirse en un museo.
Son muchas las historias sobre este “frankenstein” arquitectónico. Cuenta el escritor José Antonio Galloso, “Este es el Castillo de Punta Negra, el espacio en el que tuve la suerte de pasar valiosos e inolvidables momentos de mi infancia y de mi juventud. Es imposible que esta vieja y excéntrica pieza de arquitectura, construida a lo largo de años a base de antigüedades e ideas que surgían en la mente de C.E.M. (entrañable ser humano cuyos hijos son más que amigos: primos, hermanos), no tenga un lugar privilegiado en mi banco de recuerdos. Las historias que nadan en mi memoria dan de sobra para un libro de cuentos, quizá lo escriba más adelante. Los juegos eran muchos y sumamente divertidos. Recuerdo ahora las escondidas al anochecer y con las luces apagadas; o las veces que subíamos a la punta de la “torre reloj” para dejar caer globos de agua sobre los incautos peatones. Lo cierto es que todo el mundo se moría por entrar al Castillo y, nosotros (el hijo menor de C.E.M. y yo), sentíamos el poder que ese espacio nos daba sobre todo aquel que llegara a Punta Negra. Así, hacíamos tours guiados a cambio de unas monedas y, ¡carajo!, ¡cómo inventábamos historias que contarles a los turistas! También, llevábamos grupos de chicas y mientras uno las paseaba, el otro se escondía para hacer ruidos y llenarlas de miedo. Definitivamente el Castillo es uno de esos espacios interiores que de vez en cuanto lo toman todo por entero y me arrancan del mundo real”. Por su lado, Ricardo Hinojosa (Revista Asia Sur, 2011), “algunos aseguran haber escuchado, tras sus enormes muros, sonidos de cadenas y gritos desesperados. Son los lamentos de las almas de todos los que se han ahogado en la Playa Revés, asegura un comerciante. Cuando la gente es imprudente y se mete al mar, el castillo trae sus almas para sí, concluye y se aleja, como una penosa sombra más”.
En suma, la construcción combina, sin ninguna simetría, muros de estilo neo inca con balcones coloniales, pagodas orientales y torres ojivales, además de estar decorada con los objetos más disímiles: un verdadero monumento a lo kitsch.
Fuente: http://blog.pucp.edu.pe/item/142603/el-castillo-melgar-punta-negra
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