En los alrededores de la Plaza de Armas de Catacaos se encuentra la Iglesia San Juan Bautista y la Municipalidad de Catacaos. En el centro de la plaza, se encuentra la estatua de un hombre, vestido con una sotana de fraile, es la figura de Juan de Morí Alvarado, quién fue cura y vicario de la parroquia.
El bachiller Juan de Mori Alvarado trabajaba en el año 1627 en el obispado de Trujillo, cuando éste estaba a cargo de monseñor Carlos Marcelo Corni.
Fue por esa época que surgió un entredicho entre el obispo y los priores de las congregaciones de Santo Domingo, San Francisco, La Merced y San Agustín, lo que determinó que los prelados fueran excomulgados por el obispo, los que ni cortos ni perezosos, devolvieron con la misma moneda el agravio, y excomulgaron a don Carlos Marcelo, fundador del famoso Seminario que hasta ahora existe en Trujillo.
Cuenta don Ricardo Palma en su tradición “Excomunión contra excomunión”, que fue el bachiller Mori el encargado de denunciar a los fieles, la excomunión fulminada contra cuatro prelados, para lo cual, subiendo al púlpito de la iglesia de Santo Domingo, durante la misa que se ofreció por San Valentín, “con vozarrón estupendo, dio lectura a un papel” en el que se anunciaba la excomunión.
Mientras estuvo en Trujillo, el bachiller Mori se familiarizó con los problemas de los indígenas de Piura, que iban frecuentemente no sólo por asuntos religiosos, sino también para quejarse contra los que les arrebataron sus tierras.
No se sabe si por propia voluntad o como resultado de alguna tirante situación o por razones de servicio, el hecho fue que el bachiller Mori resultó nombrado cura de la parroquia de Catacaos, vicario y comisario del Santo Oficio de la Inquisición y de la Santa Cruzada.
Su arribo a Catacaos se produjo cuando era corregidor de Piura don Fernando de la Riva Agüero.
El párroco se encontró que no obstante los dispositivos a favor de los indios había dado el virrey Blasco Núñez de Vela, Vaca de Castro, la Gasca y los virreyes Toledo y Guadalcázar, en realidad los indios no poseían tierras. Corregidores, encomenderos, hacendados y autoridades en general, así como indios notables de otros repartimientos y parcialidades, habían tomado casi todas las tierras disponibles, no obstante los justos títulos, los fallos de los gobernantes y haberlas pagado en alto precio los indígenas de Catacaos.
Por lo tanto, una de las principales tareas del nuevo párroco, fue restituir a los indios en su heredad. Ante todo, buscó y logró el desestimiento del capitán Carlos La Chira, gobernador de Catacaos, que había logrado por composición, le adjudicaran por 100 pesos de 8 reales, tierras que se consideraban libres, pero que según el cura Mori pertenecían a los indios. La Chira que antes y después de estos sucesos siguió luchando en los estrados judiciales y ante las autoridades para que respetasen los derechos de sus representados, accedió. De esta forma y tras de devolver al capitán sus 100 pesos, los indios por mediación del bachiller Mori, lograron las tierras libres existente entre Tacalá y la Muñuela, pagando 500 pesos.
El escritor cataquense Juan Jacobo Cruz, refiriéndose a la obra del cura Mori, dice “que no se descuidó ni el aspecto social ni el religioso de su sagrado ministerio y que organizó y juramentó a diez cofradías. Inició, igualmente, la reconstrucción del templo malogrado con el sismo de 1,630 y enseño a los indios a tejer sombreros de paja, contratando expertos de Celendín para que les hicieran conocer las técnicas de ese trabajo.
Catacaos ha honrado la memoria de este benefactor de sus habitantes, erigiéndole un monumento en la plaza de armas, que según el escritor Cruz Villegas, se terminó en 1888 a iniciativa del Dr. Manuel Yarlequé Espinosa, corriendo su ejecución a cargo del escultor peruano Antonio Robles.
También el colegio nacional, de Catacaos lleva el nombre de este buen sacerdote.
Fuente: http://es.geocities.com/virreynatoperuano/capi6.htm#_EL_CURA_MORI_ENTREGA%20TIERRAS%20A%20LOS
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