El pueblo de CALANA, capital del distrito del mismo nombre, está situado a 850 m.s.n.m. Su clima es templado, seco y estable; el pueblo está rodeado de una campiña pintoresca; hay abundancia de árboles y variadas hortalizas.
Por un costado del poblado se halla el cauce seco del río caplina.
En el templo antigüo, de factura colonial, se venera la imagen de la Virgen del Rosario.
Al rededor del nombre de CALANA, (el que se deriva de las voces aymaras : "Kaala hana", lugar con abrigo de piedras, amontonamiento de piedras o lugar pedregoso), existe una leyenda que, mas o menos, explica dicha denominación: "Una de las tribus primitivas, que se radicaron en la cabecera del valle takano, avanza algunos kilómetros mas abajo.
El terreno está cubierto de gran cantidad de piedras. Algunas "wilcas" crecen a orillas del riacho. Algunas "siwenkas" se balancean a los vientos que vienen desde lejos. Hacia el noroeste se alza un cerro, en cuya cima y ladera, se extienden manchas negruzcas de "tillancias" (siemprevivas), cuyas raíces se fijan sobre la tierra movediza; y hacia el sur, se recortan los cerros escuetos de color amarillo-ocre.
El grupo se detiene bajo la sombra de las "wilcas". El jefe del grupo examina el campo. Se da cuenta que la tierra es fértil; pero existen montones de rocas que, en los primeros tiempos geológicos, fueron arrastradas por las grandes "llocllas", desde las altas cumbres cordilleranas. Y volviéndose a sus acompañantes les dice: "KAALA HANA".
Después de un breve descanso, el jefe anima a los hombres con estas palabras: "¡ANCHICHA KAALA UNJTAYATANA!" (En este instante limpiemos el terreno de piedras). De inmediato, los hombres, mujeres y niños limpian el campo de piedras; luego, construyen chozas de paredes de piedra y techos de "siwenkas". Con las escasas aguas que llegan al lugar, riegan los pequeños cultivos.
En la aldehuela hay un enjambre de hombres que roturan la tierra. De las chozas, en las mañanas y las tardes, se alza el humo de los fogones encendidos. Los campos están verdecidos y alegres. Pasa el tiempo. Por los caminos cordilleranos, llegan al valle soldados y mitimaes "keswas", enviados por el Inka poderoso, para asegurar la dominación del Imperio en la vasta zona costeña. Un amplio camino, en línea recta, diagonal, por el lado noreste del cerro, han construído los enviados del Inka, con la ayuda de todos los habitantes del valle.
Las "wilcas" están mas coposas. Se han extendido los campos cultivados de maizales dorados; de papeles de florecillas blancas, moradas y azules y de zapallares de hojas amplias, redondeadas.
En un atardecer del año 1536, por el lado del mar, asoman unos hombres blancos, de luenga barba, con armaduras rutilantes, cabalgando en corceles piafantes.
Los sencillos habitantes contemplan estupefactos, absortos, a los nuevos conquistadores.
Algunos de los hombres blancos, halagados por la bondad del clima y la fecundidad de la tierra, se quedan en el lugar. Ya el pueblo se ha agrandado.
CALANA, durante el Virreynato y en los años de la República, fué un centro importante, con motivo del arrieraje que se intensificó por el comercio con las comarcas del Altiplano. Era un lugar bastante poblado. Fué residencia de numerosas familias descendientes de los conquistadores. La calle principal del poblado era una sucesión de tambos, hospederías, talleres de herrería, peluquerías y tiendas de comercio. En las madrugadas y en los atardeceres resonaban por los caminos polvosos el tañido de los cencerros de las "recuas", que llegaban o hacían viaje.
Tiempos de auge, de movimiento comercial, de bienestar moral y material flotaban sobre el pueblo. Recios, animosos, alegres, los hombres dueños de recuas o peones, hacían correr la plata como rios sonoros y brillantes".
Fuente: http://www.mpfn.gob.pe/distritos/tacna/turismo.php
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