A 5 km aprox. al suroeste de la ciudad de Tumbes (10 minutos en auto). Este conjunto arqueológico de adobe y piedra fue ocupado, según los investigadores, desde épocas preincas, durante el predominio Chimú e incluso durante el dominio Inca. En el lugar se han hallado piezas de cerámica, osamentas e instrumentos de piedra y un taller en el que se trabajaban conchas como el spondylus y otros moluscos bivalvos.
Asimismo, se ha encontrado un camino de 8 km construido con canto rodado, que conectaba el sitio arqueológico con el litoral, así como un canal de irrigación y una pirámide trunca o huaca de adobe denominada "Cabeza de Vaca", de 250 metros de largo, 100 metros de ancho y 15 metros de alto.
Fuente http://www.peru.info/s_ftociudades.asp?pdr=673&jrq=3.23.1&ic=1&ids=1334
Terminados los preparativos bélicos, Francisco Pizarro partió de Panamá a fines de enero de 1531, con 180 infantes y 37 jinetes. Y 13 días después de la navegación, desembarcó en la bahía de san Mateo, límite costeño del Tawantinsuyo.
Desde esta bahía, parte de la tropa invasora siguió por mar y la otra, por la costa hasta la aldea de Coaque. En este poblado Pizarro acampó para adiestrar a los soldados bisoños y para esperar a sus socios que llegaron con más gente para seguir al pueblo de Tumbes. Durante este tiempo, Atao Wallpa- aprovechando la tregua de Kusipampa- estaba pacificando las provincias de los Yumbos y Quijos y al saber que los extranjeros llegados a la costa eran pocas, no les dio importancia confiando que los pobladores del litoral podrían defenderse de sus depredaciones.
Entre tanto, los españoles que habían permanecido por varios meses en esta aldea, soportando hambre, el mal de verrugas y la creciente hostilidad de sus pobladores, a mediados de setiembre de este año con los refuerzos recibidos reiniciaron su marcha por la costa, y después de pasar por las localidades de Pasao y Caraques llegaron al mes siguiente al pueblo de “Puerco Viejo”- en la provincia ecuatorial de los Paches, donde acamparon “dos meses” para esperar al resto de la gente que vendría con el capitán Hernando de Soto.
Atao Wallpa - por este tiempo- probablemente estaba en Tumipampa preparando la gran ofensiva contra Wanka Auki, capitán de Wascar Inka. Según varios testimonios, -en Puerto viejo- a la vez que los españoles se informaron de la guerra civil Inka, también Atao Wallpa supo de ellos noticias más concretas sobre su aspecto físico, sus armas extrañas, las bestias que cabalgaban y sobre las depredaciones y matanzas que habían hecho en los poblados del litoral. Sin embargo, este príncipe sin percatarse del peligro, en lugar de mandar gente contra ellos, más interesados en la guerra se conformó con destacar espías disfrazados para que vigilaran discretamente su recorrido por la costa.
Por este imprudencia de Atao Wallpa, los españoles avanzaron sin dificultad hasta algún punto de golf de Guayaquil. En este lugar, cuando deliberaban seguir en la isla de Puná o el pueblo de Tumbes; llegaron en una “balsa de vela” los mensajeros enviados por Tomalá, - Kuraka de esta isla- para invitar a Pizarro y su gente a pasar los meses de lluvia en Puná. sin que se pueda saber, si esta invitación fue espontánea o por las instrucciones del tokrikoq Inka (gobernador de Puerto Viejo, Puná, y Tumbes) que estaba en la isla. Los cierto es que los españoles se desconcertaron con esta invitación inesperada, más aún cuando les dijeron que éste podría ser un ardid de los isleños para ahogarlos en el mar, como antes habían hecho con los funcionarios de Wayna Qhapaq. Cuando Pizarro cavilaba sobre este riesgo, llegó el mismo Tomalá con una “flota de balsas” para llevarlo personalmente a la isla, pero al darse cuenta de la desconfianza de Pizarro le pidió ir con él en la misma balsa para disipar sus temores y perspicacias.
Aunque no se tiene fecha segura del paso de la isla Puná, es probable que ocurriera, en los primeros días de diciembre de 1531, según se desprende de la primera fundición hecha en la isla, el 13 de este mes y año.
Un tiempo después, - según varias versiones- Tomalá se arrepintió de su imprudente invitación al ver que sus huéspedes, sin ninguna consideración, se aliaron con sus enemigos, los tumbesinos. Lo que es más, confiados en el poder de sus armas, en su caballería y perros de guerra, comenzaron a robar y abusar de las mujeres, e incluso sin reparo alguno a profanar los adoratorios más venerados de la isla. Los excesos españoles llegaron a tal extremo, que Tomalá, a instancias de sus curacas, resolvió poner fin a estos desmanes. Pero este intento no tuvo éxito y terminó trágicamente. Fueron apresados él y los curacas que participaron en la conspiración. Si bien Tomalá salvó su vida pagando un cuantioso rescate, no así los infortunados curacas. Unos fueron quemados vivos y los otros, entregados a la vindicta de los tumbesinos, quienes en represalia a la guerra pasada, les cortaron públicamente las cabezas.
El cronista Pedro Cieza de León, - confirmando estos hechos – refiere que los señores de Puná, lamentando que los incas por estar peleando entre ellos, no se dieran cuenta de los “enemigos tan feroces que habían entrado en su tierra”, acordaron por su cuenta atacar a los españoles. Añade que con este propósito, una parte de ellos fue a quemar sus naves y la otra a sorprenderlos en su campamento. Lamentablemente ambos intentos fracasaron, los primeros no pudieron lograr su objetivo y los segundos, tampoco. Al final, fueron desbaratados por la jauría de perros de guerra, la caballería y las armas de fuego de los enemigos. Por primera vez, fue así cómo la tecnología bélica europea se impuso al valor y temeridad de los hombres de Puná. Los arcabuces sobre las flechas y porras, las corazas, escaupiles y yelmos, sobre las túnicas de algodón y morriones de madera de los combatientes isleños.
Sin embargo, pese a esta desigualdad los hombres de Puná repuestos del primer desastre, nuevamente organizados y con más ímpetu que antes, volvieron a atacar a los españoles. Pero esta vez, por cuadrillas, que después de atacarlos por sorpresa se escondían rápidamente en los pantanos y tembladeras de la isla. La hostilidad fue tan grande que Pizarro llamó a Tomalá, para que ejerciendo su influencia calmara la agresión de los curacas alzados. Pero todo fue inútil. Tomalá recibió por toda respuesta, que ellos no dejarían las armas, hasta que esta “mala gente” se marchara de la isla.
En estas condiciones y en permanente zozobra, los españoles vieron en la isla hasta que llegó el capitán Hernando de Soto en marzo de 1532. Con este refuerzo, Pizarro acordó trasladarse al pueblo de Tumbes a fines de este mes o en los primeros días de abril de este año.
Entre tanto, Chilimasa Kuraka principal de Tumbes, al conocer las intenciones de Pizarro temerosos de que en su tierra se repitiera los mismos pillajes perpetrados en Puná, luego de reconciliarse con Tomalá, regresó al pueblo de tumbes para evitar el desembarco de los españoles en su tierra. Se dice que con este propósito, ardidosamente envió una flota de balsas para que una parte de españoles se embarcara en ellas con la intención de ahogarlos en el mar. Mientras preparaba a su gente para darles batalla cuando los otros llegaran a la playa. Infortunadamente, los cálculos del kuraka no resultaron, de los españoles que vinieron en balsas, solamente tres de ellos fueron muertos y a los que desembarcaron en la playa con Francisco Pizarro tampoco pudieron contenerlos. Los tumbesinos a pesar que pelearon heroicamente en defensa de su tierra, fueron desbaratados en los esteros de Chepa por la caballería y perros de guerra de los enemigos.
Vencida la resistencia de Chilimasa, los españoles ocuparon el pueblo de Tumbes. Al verlo casi destruido y sin las riquezas descritas, estuvieron a punto de apedrear a los embusteros de Candia. El pueblo estaba quemado, sus edificios, derrumbados, las paredes del templo del sol no tenían los enchapes de oro que tanto había ponderado; el descontento de La soldadesca se hizo general y Pizarro tuvo que usar energía y mucha maña para calmarlos. Chilimasa, entre tanto, se retiró al interior, hacia la sierra para continuar la guerra con la ayuda militar de Atao Wallpa. Pero este príncipe mas interesado en perseguir al ejército de Wascar, no le mandó ningún auxilio. Al contrario, en esos días llegó al pueblo de Tumbes el Kuraka Vilchunlay con un contingente de soldados cañaris para unirse con los españoles contra Atao Wallpa. Ante esta circunstancia. Chilimasa, sin otra alternativa, tuvo que hacer la “paz” con los españoles para evitar que terminaran de destruir el pueblo de Tumbes y aceptar la obligación de pagarles cierta indemnización por los españoles muertos y el bagaje perdido en las balsas naufragas.
Después de estos sucesos. Pizarro se trasladó con su tropa al pueblo de Poechos donde acampó el 16 de mayo de este año. Se dice que en este poblado, el jefe español recibió información sobre la guerra entre Atao Wallpa y Wascar Inka y sobre los pueblos que habían formado a favor del uno y del otro contendiente.
Por entonces, derrotado Wanka Auki pampa y Qocha Waylla, Atao Wallpa había ocupado el valle de Cajamarca acampando en los baños de Qoñoq, próximo al tambo e Cajamarca. Este príncipe, mientras sus fuerzas perseguían al ejército de Wascar Inka, envió a un “apo” o capitán para que espiara de cerca de los españoles y le informara sobre su número y sus costumbres. En efecto, después de observarlos, le mandó decir que eran pocos y “unos ladrones barbudos salidos del mar” que venían “caballeros en unos carneros (llamas) tan grandes como los del Collao” y que estos extranjeros “no eran hombres de guerra, y que sus caballos se deslizaban de noche” y que con solamente “doscientos” hombres los “mataría a todos ellos”.
Los españoles, al amparo de su presuntuosa confianza, avanzaron sin dificultad hasta el valle de Amotape y después de quemar vivos y ahorcar a los curacas que intentaron oponérseles acamparon en el paraje del Kuraka Tangarará, en la parte baja del valle de chira (próximo a la bahía de Payta). Un tiempo después, quizás a mediados de julio, fundaron el pueblo de San Miguel, el primer enclave europeo en la costa del Perú. En este pueblo permanecieron varios meses, imponiendo el terror y depredando a sus indefensos habitantes, a la espera de los resultados de la guerra civil Inka.
Según testigos peruanos, Wascar Inka también recibió informes de los abusos que hacían los españoles. Los mensajeros tallanes le avisaron que con sus nuevas armas habían sometido a los pueblos del litoral y se habían establecido en el valle de “Tangarará”. Los mismos testimonios refieren que el Inka, intuyendo el peligro que se cernía sobre el Tawantinsuyo, ordenó nuevos reclutamientos y el envió de espías a Huamachuco para saber la actitud de Atao Wallpa con los extranjeros. Estas evidencias disipan definitivamente la versión de Zárate. Gómara Garcilaso, según la cual Wascar Inka pidió auxilio militar a los españoles contra su hermano Atao Wallpa.
De la confrontación cronológica que hemos hecho, se colige cuando los españoles acamparon en el pueblo de Tumbes, Atao Wallpa ya estaba en el tambo de Cajamarca y cuando en mayo, Pizarro llegó al valle del río Chira, Atao Wallpa estaba en Guamachuco desde cuya provincia había enviado a sus “segundas personas” Kiskis y Chalko Chima en persecución de Wanka Auki, al que derrotaron sucesivamente en el páramo de Pum-pum y en Yanamalca, en el valle de Jauja.
Fuente: http://espanol.geocities.com/edmundoguillenguillen/paginas/libro/la_guerra_de_la_reconquista_inka.html
© Copyright 2005 Gualberto Valderrama C.