Lima, 24 de Marzo de 2002
Dormía plácidamente eran las 5 y 15 minutos de la mañana cuando sonó mi reloj despertador, era hora de levantarse y aunque aun estaba de noche debía llamar a Tony para despertarlo y decirle que a debía venir a mi casa, pues a las 7.00 de la mañana luego de reunirnos con Miguel, Lucho y Christian estaríamos embarcándonos rumbo a Canta.
Tony arribó a mi casa a eso de las 6. 30 de la mañana, subí mi bicicleta al taxi en el que él llegó. Fuimos algo incómodos, ya que se trataba de una camioneta "station wagon" en la que apenas entraban las bicis en el área que incluye al asiento posterior, por lo que los dos tuvimos que ir adelante.
El chofer intentó ir hacia el terminal por la ruta que cruza el centro de Lima, no pudo ser, ya que debido a la venida de George Bush (Presidente USA) muchas calles estaban cerradas, por lo que el conductor optó por cambiar de camino.
Cuando ya estábamos en la UNI (Universidad Nacional de Ingeniería) en la avenida Túpac Amaru, vimos a tres ciclistas que avanzaban por la pista auxiliar del lado derecho eran Miguel, su hermano Lucho y Christian que ya estaban cerca del terminal.
Desembarcamos en la empresa de transportes "Mi Chaperito" y no bien hubieron pasado unos cinco minutos, nos dieron el alcance los tres ya mencionados personajes.
Luego de los saludos de rigor, compramos los pasajes y abordamos el bus que habría de partir a las 7 de la mañana el pasaje costó 8 soles per cápita más dos soles por "flete", concepto éste último, cuya razón no llegamos a comprender.
Bueno, izamos las bicicletas al techo del vehículo y luego abordamos para empezar el ascenso a Canta, el bus era estrecho, al parecer tenía demasiadas filas de asientos, ya que no había posibilidad de sentarse adecuadamente, no obstante, ya estábamos en camino.
El ascenso fue lento y tedioso, sin contar con los "intermedios" que subían en el camino, no hubo mayor conversación, más bien todos hemos dormitado algunos momentos.
Desperté pasando Santa Rosa de Quives, y noté que habían puesto a funcionar el equipo de música del bus, una melodía "Tropical/Andina" se dejaba escuchar alegremente por los parlantes del vehículo.
Al mirar por la ventana pude observar el verdor de las montañas, parecía que estuviéramos ingresando al valle de Chanchamayo, los cerros completamente cubiertos de vegetación, la neblina que se posaba sobre sus laderas, el aire frío y seco de la sierra nos anunciaron que estábamos llegando a Canta.
Eran aproximadamente las 9.30 de la mañana cuando llegamos a nuestro destino, habíamos subido durante dos horas y media hasta alcanzar los 2720 m.s.n.m. Descargamos las bicicletas y me puse a observar el panorama, intentaba recordar en qué esquina fue que vi, hace algún tiempo, a una vendedora de humitas, recuerdo el grato aroma que despedían (¡las humitas!) Y el dulce sabor que tenían, logré precisar la esquina, pero la señora no estaba, por lo que no pude conseguir lo que había pensado comer.
Empezamos a conversar acerca de lo que nos esperaba y nos dispusimos a desayunar en un restaurante de la avenida principal. Algunos pidieron pan "Canteño" con queso fresco de la zona y mate de coca, otros pedimos la misma bebida pero con tamales y panes también de Canta.
Por ser fines de la temporada de lluvia en la Sierra (temporada a la que ellos llaman "Invierno"), las montañas se encontraban completamente vestidas de verde, eso nos hizo recapacitar en el hecho que, las mejores temporadas para hacer "Cross Country" son precisamente estas, las que se dan inmediatamente después de las temporadas de lluvias.
La mañana estaba algo húmeda y nublada, todo era verdor, donde se posaran las miradas en las faldas y hasta en la cúspide de los cerros, había profusa vegetación, se respiraba un ambiente pueblerino, se oía a lo lejos el rebuzno de los burros y el mugir de las vacas. Era casi una ilusión.
Una vez que hubimos terminado de desayunar, emprendimos la ascensión hacia la Plaza de Armas de la Localidad, ésta se encuentra en la parte más alta de la ciudad, en un primer momento consideré que esta subida sería extenuante ya que nos encontrábamos por encima de los 2700 m.s.n.m. sin embargo, quizá fuera la motivación, o tal vez el aire menos contaminado, pero la pedaleada por la cuesta se hizo muy agradable ya que, pese a la aguda pendiente, fue placentera por el frío y vigorizante por el aire de montaña que se respira en esa zona.
Ya en la Plaza hicimos algunas fotografías y hasta pude escuchar parte del sermón que el sacerdote daba en la Catedral del pueblo, hablaba del sufrimiento de Cristo, y narraba de manera vívida, "con pelos y señales" los pormenores del martirio, predicaba acerca de del crujir de los huesos y hasta del dolor en los músculos y tendones del Nazareno mientras era crucificado, entendí que era parte de la esencia vernacular de los lugareños.
Luego de las fotos emprendimos el descenso hacia Obrajillo por un camino rural algo estrecho, senda por la que discurren personas, animales y vehículos. Por ser temporada de lluvias la ruta se encontraba en un estado tal que cualquier automovilista lo habría calificado de pésima, pero para nosotros, que estábamos con bicicletas de montaña, no podía encontrarse mejor.
El camino empieza con una fuerte inclinación en curva a la derecha por un terreno cambiante entre tierra húmeda, fangales, charcos y hasta riachuelos que lo cruzan en todos los sentidos.
La sensación vivida es realmente abrumadora, la tensión por mantener la estabilidad, el curso de la bicicleta, el ritmo de pedaleo y la parte del camino por la que habrían de discurrir nuestros vehículos hacían sumamente agradable a la par que complicado el esfuerzo, tuvimos que cruzar algunos charcos en los que al pedalear, los pies se sumergían en el agua.
Continuamos descendiendo raudamente, tomé el lado izquierdo del camino porque en el derecho había un fangal, en la senda que elegí discurría un hilillo apenas perceptible de agua, seguí avanzando y de pronto me ví pedaleando ¡en un riachuelo!, No me quedó más remedio que encaramar la rueda delantera de la bici sobre el camino, impulsar la bici con los pedales, y continuar por la zona barrosa; fue así como llegamos a la localidad de Obrajillo, lugar que otrora se dedicara a los obrajes textiles.
El pueblo era un caserío típicamente serrano que ha pasado a ser una suerte de engendro híbrido entre un "progreso" incipiente con fuerte influencia costeña y un poblado netamente andino del siglo XIX, donde antes solamente se veían antiguas casonas de barro y rojas tejas que aún se conservan, se han abierto paso "modernas" construcciones de ladrillo y fierro, baste decir que para visitar una de las caídas de agua que hay en el poblado, es necesario abonar un Nuevo Sol por persona al guardián del predio; la gracia de ese torrente radica en que aparecía al empezar una telenovela nacional.
Sin embargo, existe otra cascada, es aun más bella que la primera y su visita es completamente gratuita, se encuentra situada (para aquel que quiera visitarla), volteando a la izquierda luego de cruzar el puente que se encuentra después del vetusto cementerio, el camino se puede recorrer en un vehículo alto, no es recomendable para aquellos que tienen aros pequeños. La cascada no se encuentra a mucha distancia del puente, por lo que se puede visitar tras una breve pero vigorizante caminata. Pasamos por allí con las bicicletas y nos detuvimos a contemplar su majestuosa belleza, parecía una de esas cascadas típicas de los jardines japoneses, con el exótico añadido de ser ésta una obra maestra de la naturaleza.
El agua discurría violentamente por entre las rocas, nos detuvimos a contemplar extasiados la belleza del espectáculo que se nos mostraba.
El paisaje parecía escapado de una pintura, la paz que puede representar el agua serena de una laguna, no existía allí, se percibía claramente la fuerza, la energía, velocidad y esa instantánea sensación de lo rápido que discurre el tiempo, y con él la vida.
En este paraje tuvimos la suerte de encontrarnos con una pareja de Japoneses que habían llegado al lugar en una camioneta de doble tracción, fueron ellos los que tuvieron la gentileza de fotografiarnos ahí.
Continuamos descendiendo por la "carretera" el terreno estaba húmedo y el cielo amenazaba con desplomarse en lluvia, algunas gotas cayeron sobre nosotros, felizmente los hados nos acompañaron y tras una breve indecisión celestial decidieron reservar el aguacero para otra ocasión.
Seguimos bajando hasta llegar a un punto en el que el húmedo camino de tierra termina en la intersección con la carretera que sube a Canta, continuamos nuestro descenso por esa pista, si bien es cierto, la tendencia del camino es de bajada, debe destacarse que en éste existen también prolongadas subidas que se pedalean por encima de los 1800 m. s. n. m. lo que hace que el viaje no sea lo que usualmente podría pensarse, es decir, que se trata únicamente de subirse en la bicicleta y dejarse arrastrar por la pendiente.
Las subidas son bastante extensas y con buena cuesta, lo que sumado a la altitud hace que el esfuerzo sea considerable. En una de las conversaciones que tuvimos durante la travesía fue unánime la votación, la ruta más difícil que hemos realizado hasta el momento es Canta- Trapiche (Km. 40 de la carretera hacia Canta), seguida por la ruta Lima - Cieneguilla - Lurín y en último grado de dificultad el descenso Ticlio - Lima, sin significar que éste sea un simple descenso, ya que se pedalea por encima de los 4800 metros sobre el nivel del mar y que también tiene fuertes subidas.
Amigo lector, si después de esto sigue pensando que la descolgada desde Canta es sencilla, lo invito a recorrer en bicicleta la ruta de Cieneguilla y multiplicar el esfuerzo realizado por dos o hasta por tres, para darse una idea aproximada de lo que representa la bajada desde Canta.
Éramos prácticamente los amos de la carretera ya que apenas subían y/o bajaban vehículos, podíamos sentir como la mañana empezaba a calentar, nos deslizábamos raudamente entre los verdes cerros y los precipicios, veíamos las mostacillas que pendían de las laderas de las montañas como si pretendieran alcanzar su lomo y abrigarlas cubriéndolas con su hermoso manto amarillo.
En resumen, el viaje era como para hacerlo eterno, infinito.
En un determinado momento el pelotón se dividió en dos grupos, Tony y yo íbamos adelante, bajábamos a gran velocidad por la carretera, el cruce de los badenes que sirve de torrenteras para el agua que baja en los puquiales era algo espectacular, salíamos de una curva, veíamos que se acercaba un badén y en él un riachuelo atravesaba la carretera, exigíamos más a nuestras bicicletas y al pasar por el agua obteníamos una inenarrable sensación de energía, de potencia, de espectacularidad, era como un rugido de vida.
Anduvimos un buen trecho hasta que nos percatamos que la distancia del resto del equipo era demasiado grande, ya que no los veíamos por ningún lado.
Decidimos detenernos a esperar, mientras lo hacíamos acordamos que para toda futura excursión habremos de llevar silbatos que faciliten la comunicación en la distancia.
Nos detuvimos cerca de un rústico puente que venía de un camino de tierra que estaba en la margen derecha del río, en el lugar habían, lo recuerdo bien, unas plantas que tienen unas esferillas con muchas espinas, esperamos 10, 15, 20 minutos y aun continuábamos sin verlos, no quedaba otro remedio, ante el temor de que hubiese ocurrido algún accidente decidimos que era tiempo de deshacer lo andado en la búsqueda de nuestros compañeros, antes de emprender el ascenso, Tony se percató que muchas de esas espinas se habían incrustado en los neumáticos de su bicicleta, optamos por retirarlas y emprendimos el ascenso.
Estábamos todavía alrededor de los 1900 o tal vez 2000 metros de altura, y anduvimos cuesta arriba por cuatro o tal vez cinco kilómetros hasta que al fin, al virar en una curva pudimos verlos, se le había desinflado una de las llantas de la bicicleta de Christian y habían estado cambiándole la cámara, llegamos precisamente en el momento exacto para terminar la reparación centrando el aro en su lugar y re calibrando el freno posterior del vehículo.
Ibamos a reiniciar el descenso y Tony se percató que ahora el problema era la llanta delantera de su bicla, al parecer una o quizá varias espinas habían llegado hasta la cámara, ya no había más refacciones, así que pidió prestado el inflador que llevaba Miguel y emprendimos nuevamente el descenso.
Sin querer volvimos a separarnos, cada 10 minutos (aproximadamente) Tony debía detenerse a inflar la llanta, pasamos por algunos sembríos de coliflores, su característico olor fue lo primero que percibimos, luego vimos las plantas de color verde-grisáceo.
Continuamos en la ruta hasta que llegamos a Santa Rosa de Quives, cruzamos un puente y vimos la cuesta por la que habíamos de subir para llegar al pueblo (que realmente no pasa de ser una aldehuela) llegué al pie de la subida, me apeé de la bici y empecé a empujarla por la subida, creo que fui el único que hizo esto, ya que los demás la pedalearon.
Alcanzamos la localidad en la que la Santa Limeña pasó parte de su infancia, la casa en la que vivió con sus padres aun se conserva y en prefecto estado, en ella hay una celda en la cual se conservan un pequeño altar y una piedra en la que la Santa se reclinaba a orar, hay también una iglesia en homenaje a la Santa patrona de las Américas y Filipinas.
Nos detuvimos en el restaurante Juan Huayanay, es un personaje que conocí hace algunos años cuando fui por primera vez a Canta, cual no sería mi sorpresa al enterarme que era también amigo de Miguel y Lucho Lipa.
Estuvimos ahí por un buen rato, entramos y pedimos algunas bebidas, estuvimos indecisos entre si almorzar o no, optamos por la segunda opción, ya que aun quedaba bastante camino por recorrer.
Lugo de transcurrida media hora o tal vez cuarenta y cinco minutos, continuamos el descenso, la salida del poblado empieza que una bajada muy pronunciada y curva hacia la derecha para entrar a la carretera, habían tramos de tierra y piedras ya que por esa zona es bastante común que caigan huaycos una vez que pasamos estos parajes, imprimimos mayor velocidad a las bicis, Tony seguía inflando la llanta cada 10 minutos.
Sobre la margen derecha del río empezaba a hacerse notorio que la vegetación en las montañas raleaba, cada vez se veían más claros en las laderas de los cerros.
Se podían ver las chacras en las que se cultivan variedad de alimentos, eran como tapices hechos de todos matices de verde. Se percibía en el aire un agradable olor a albahaca, el que me retrajo de inmediato a mi niñez, recordé vívidamente a mis abuelos, a mis padres y hasta la el gran mesón en el que con tíos y primos comíamos "Spaghetti al pesto", recordé inclusive hasta la música que escuchábamos durante aquellos almuerzos. Recuerdos de una niñez ya ida y aun presente.
Pensando en estas cosas no reparé que ya venía bajando solo, a lo lejos y hacia adelante logré ver a otro ciclista que iba con un polo amarillo y que también iba bajando por la carretera. Me propuse alcanzarlo, por lo que aumenté mi ritmo de pedaleo, lo subí a 80 r.p.m., fue muy lenta la distancia que iba acortando, pero lo iba haciendo, aunque el cansancio era bastante, no paré hasta lograrlo en la entrada al pueblo de Zapán. Resultó ser un heladero que llevaba una caja térmica atada a su bicicleta, compré un helado y me dispuse a esperar al grupo.
Aproximadamente después de diez o quince minutos, llegó Tony, había demorado por el problema de la llanta de su bicicleta, nos sentamos en una banca que estaba en la puerta de una bodega y nos dispusimos a esperar a los demás integrantes del equipo.
Pasó una hora y no llegaban, al cabo de unos quince minutos más llegó Miguel, nos comentó que se había desinflado nuevamente la llanta posterior de la bicicleta de Christian, por lo que continuaron la bajada acompañándolo mientras él empujaba la bicicleta hasta encontrar algún lugar en el que repararan llantas. Es ahí donde los dejó para partir a darnos el encuentro.
Continuamos esperando, la hora pasaba y la noche se acercaba, razón por la cual Tony dejó su bicicleta con nosotros y a bordo de una Combi se fue a encontrarlos.
Transcurridos aproximadamente unos 45 minutos más ya estaban de regreso, habían subido las bicicletas a un ómnibus que habría de llevarnos hasta el terminal en la Av. Habich. Llegamos ahí cuando el sol ya se había ocultado.
Brillante decisión fue la del subir al ómnibus, no solo porque la noche se nos vino encima, sino porque al descender del bus, Tony se dio cuenta que las dos llantas de su bicicleta se habían desinflado, lo que habría significado aun más demora en llegar al terminal.
Como algo anecdótico comentaré que la mayoría de gente que viajaba con nosotros en el ómnibus eran lugareños de Canta y sus zonas aledañas, nos llamó mucho la atención que viniéramos escuchando huaynos Canteños, lo que nos hizo sentir que realmente vivimos la aventura.
Gustavo A. Alva Ducato
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