Domingo 10 de Junio de 2001
¡El viaje ha sido EXCELENTE! Estuvimos a aproximadamente 1° centígrado, ¡alcanzamos hasta 84 Km./h!
Eran aproximadamente las 6.00 a.m. cuando salí de casa para esperar a Mario, uno de mis hermanos, anduve pedaleando (para no "congelarme") cerca de 10.00 minutos, al ver que la hora avanzaba y que el susodicho no llegaba, decidí tomar al toro por las astas y fui a buscarlo a su casa; La espera fue breve, cuando escuchó mi silbido me dijo que esperara y, al cabo de unos pocos minutos ya estaba en la calle, enfundado en su buzo azul y con su bicicleta.
Me comentó que no se sentía nada bien, ya que la semana anterior había estado tomando fuertes dosis de antibióticos porque quería sanarse de un fuerte resfriado que podía haber impedido su salida a Ticlio, y que probablemente por ello era el dolor de estómago que tenía.
Llegamos, a la torre Wiese, eran exactamente las 6.30 a.m. y aproximadamente a las 6.35 vimos llegar un grupo de 4 personas, eran Christian, Alan, Bruno y Pablo, se acercaron al lugar en el que nos encontrábamos Mario y yo, nos preguntaron si éramos del grupo que había convocado el Sr. Gustavo Alva y que saldría para Ticlio, respondí que sí y a su vez dije también que yo era Gustavo Alva, y pregunté a cerca de cómo se habían enterado del paseo dado que yo aun no los conocía, me respondió uno de ellos, Christian, me dijo que él es amigo de Miguel Lipa y que éste le había pasado la voz, lo curioso del caso es que Miguel no pudo asistir y que los otros tres personajes se pasaron la voz precisamente la noche anterior a la aventura, justamente por eso entre ellos no se conocían Christian, el amigo de Miguel, conocía a Pablo, éste a Alan y él a Bruno.
Mientras el diálogo anterior se suscitaba, Mario se quejaba de dolor de estómago, esperamos unos 10 minutos más y llegó otro amigo mío, Toni; ya éramos 7 y sugerí empezar la aventura pedaleando hacia Yerbateros, para ese entonces Mario, ya había desistido en acompañarnos; alguien por ahí sugirió (con gran acierto) que mejor fuéramos en taxi hasta la estación y así lo hicimos, detuvimos tres taxis, al momento de embarcarnos y viendo el entusiasmo de la gente, Mario decidió ir y que fuera lo que Dios quisiera; tomamos tres carros (dos camionetas y un tico) y así emprendimos, no muy cómodamente sentados, la ruta hacia el terminal.
La primera camioneta que llegó fue aquella en la que yo viajaba junto con tres de las 7 biclas, y tuve que decirle al taxista que no se fuera hasta que llegaran los demás (¡no sea qué a alguien se le ocurriera cuadrarme!).
El taxista esperó y esperó y esperó... hasta que al fin llegaron, ¡se había bajado una llanta de uno de los taxis!
Bueno, descargamos las bicicletas e ingresamos al terminal, tras regatear y averiguar la hora de salida de los ómnibuses, subimos a uno que tenía hasta T.V., nos cobró S/. 10.00 por persona y fuimos muy cómodos hasta nuestro objetivo, Ticlio. Ésto fue una mejora sustantiva en el plan original, porque lo que se había pensado era subir en la tolva de algún camión, cosa que, aparte de la incomodidad, el y el frío resultaba a la postre, más costosa.
Tuvimos la suerte que el ómnibus se detuviera en Ñaña para abastecerse de combustible, Mario descendió del vehículo, para su fortuna había una pequeña farmacia y pudo comprar dos "Buscapinas", las que le salvaron el viaje.
Mientras íbamos en ascenso, ya se respiraba un grato ambiente de confraternidad y espíritu de equipo, ésto hacía presagiar lo grato que sería la aventura.
Faltando unos escasos minutos para la llegada a la cima, me acerqué a la cabina del conductor para hacerle recuerdo de nuestro punto de descenso, asintió y dijo que lo tenía presente; una vez que hubimos llegado a Ticlio, el vehículo se detuvo. Los pasajeros miraban, entre extrañados y sorprendidos que siete de los viajeros descendieran en aquel inhóspito paraje; algunos de los primeros bajaron con nosotros, y entre sonrisillas y cuchicheos de aprobación, observaban como nuestras bicicletas eran arriadas mediante una cuerda desde el techo del transporte hasta la carretera.
Una vez descendidos y con nuestro equipamiento completo, el ómnibus continuó su ruta hacia la localidad de Tarma, nosotros nos quedamos en la cumbre, observábamos extasiados nuestro entorno y cada uno, quedamente, almacenaba en los rincones más profundos de su mente la impresionante y abrumadora experiencia de saberse en el punto ferroviario más alto del mundo junto a su bicicleta, la vista impresionante de las lagunas, las ondas que los fuertes y gélidos vientos dibujaban en ellas, la nieve en las laderas y faldas de los cerros, el frío cortante y seco y el sentirse vivir en un paraje tan distinto a todo.
El altímetro que llevamos fue capaz de acompañarnos únicamente hasta los 4000 metros de altura, pasados estos se limitó a indicar "FULL", como un mudo testigo que se niega a señalar lo que no puede creer, siete ciclistas solos, en la puna.
Hicimos algunas fotografías, nos abrigamos, tomamos un frugal desayuno (dos chancays y un mate de Coca) y emprendimos el vertiginoso descenso.
Fue algo espectacular, la mañana estaba soleada aunque corría un fuerte viento gélido que helaba las manos hasta el dolor, lo que hizo más interesante la travesía.
El grupo trabajó muy bien, hubo mucha conciencia de equipo y apoyo de unos a otros.
Tuvimos que detenernos antes de cada uno de los túneles más largos para ingresar todos juntos y evitar rezagos que pudieran conducir a algún hecho que lamentar; sin embargo, a pesar de estas precauciones un integrante del grupo sufrió un accidente que, felizmente no tuvo consecuencias mayores, salvo un raspetón en las manos.
Al pasar por la quebrada de "Río Blanco" que es un corredor angosto por donde apenas discurren como un hilillo plateado y otro blanco la Carretera Central y el río Rimac, pudimos ver las altas cumbres que nos acompañaban como silentes vigilantes de nuestra aventura, tuve una clara sensación de vida, me pregunté entre atónito y perplejo qué cosa hacía ahí, y de lo más profundo de mi ser afloró la respuesta, una sonrisa se dibujó en mi rostro y esa fue la explicación.
Continuamos el descenso procurando imprimir la mayor velocidad posible a nuestros vehículos, esto es algo instintivo, no fue una cuestión concertada sino espontánea, lo que contribuyó a darle más dinamismo y emoción a la aventura.
Ingresamos al pueblo de Chicla, la visita fue relámpago, apenas el tiempo necesario para unas fotografías con un anciano del lugar y su hato de llamas, Toni se hizo pasar por el periodista deportivo "Bruno Cacasa" y estuvo convincente.
Después de pasar San Mateo pasamos también Cacachaqui y luego de un ascenso bastante marcado, llegamos a Matucana, paseamos por el pueblo y hasta pude ver la casa en la que nació mi esposa; nos dirigimos luego a la estación del ferrocarril, en la que estuvimos un buen tiempo, hicimos algunas fotografías, conversamos, comentamos y bromeamos para luego irnos a almorzar, era aproximadamente la 1.30 p.m.
Entramos a un restaurante de esos que están en la carretera y pedimos "Lomo Saltado", en total 7 platos y dos gaseosas de litro; al parecer no había nada preparado, ya que sin exagerar, calculo que demoraron cerca de una hora y treinta minutos en servirnos; estuvo regularón, pero ayudó a seguir con la travesía.
Habiendo almorzado pensamos que el resto del camino, hasta Chosica, sería de menos velocidad, pero el instinto pudo más y nos lanzamos nuevamente en vertiginoso descenso, no sé con precisión cuando alcanzamos los 84 Km/h, pero creo que fue en ese tramo.
Conforme íbamos acercándonos a Chosica tuvimos que reducir el andar más y más, ya que había un tráfico tal que parecía que estábamos ¡ en la Av. Abancay!
Una vez llegados a la plaza principal del distrito, empezamos a buscar un medio de transporte que nos llevara hasta el cine "Orrantia" para ahí dar por terminada la excursión; Fue así que alquilamos una Coaster y por S/. 60 y nos llevó hasta nuestro destino final no sin pasar una última aventura, la camioneta, luego de pasar la localidad de Ñaña, se desvió de la carretera e ingresó por un camino de tierra, luego de algunas cuadras volteó a la derecha y ahí unos malandrines conminaron al conductor a que les diera algún dinero bajo amenaza de romperle las lunas del vehículo con sendas piedras.
Un facineroso intentó abrir la puerta del vehículo, nosotros nos percatamos del hecho y como equipo que éramos ya estabamos todos en alerta y tomando las previsiones necesarias en el caso de tener que recurrir a la fuerza para preservar nuestra integridad y nuestras bicicletas, creo que fue Bruno el que extrajo de su bicicleta la "Espada del Augurio", que no era más que un filudo y agudo puñal de unos 15 a 20cms. de hoja.
No fue necesaria ninguna acción de nuestra parte, al recibir algunas monedas del chofer el malandrín y sus tres compinches se fueron como si nada hubiera ocurrido.
Una vez que llegamos al cine Orrantia, volteamos por la avenida Petit Tohuars y de ahí al Jirón Soledad, lugar donde cancelamos lo pactado al conductor del transporte y descargamos las biclas a las 7 de la noche, fuimos a una bodega a compartir una última gaseosa y de ahí cada uno tomó su rumbo esperando reencontrarnos para el inicio de una próxima aventura.
Gustavo A. Alva Ducato
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